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miércoles, 2 de enero de 2019

Las claves del nacionalismo y el imperialismo 1848-1914 – Pelai Pagés Blanch


En la historia contemporánea de Europa uno de los fenómenos que ha mantenido una continui­dad más persistente, desde las guerras napoleó­nicas con las que se inició el siglo XIX hasta nuestros días, ha sido, sin lugar a dudas, el nacionalismo, o mejor di­cho, los nacionalismos. Unos movimientos que, desde la perspectiva actual de finales del siglo xx, encontramos extremadamente complejos y diversos, con tipologías di­ferenciadas, con una naturaleza social, política e ideoló­gica distinta, con objetivos claramente diversificados, con elementos constitutivos cambiantes y también, cómo no, con instrumentos de lucha netamente diferen­ciados.
A lo largo de los siglos XIX y XX se ha podido ser nacio­nalista para reivindicar el autogobierno y la soberanía nacional, para conseguir la unificación de distintos Esta­dos o para perseguir objetivos anexionistas. Ideológica y políticamente la reivindicación del nacionalismo se ha realizado desde la extrema derecha, desde el liberalis­mo, desde posiciones democráticas moderadas o radica­les, desde la izquierda socialista y desde la extrema iz­quierda. Y para conseguir sus objetivos los nacionalis­mos han recurrido a movilizaciones pacíficas, a métodos parlamentarios y muy a menudo a la lucha armada y a la violencia.
La diversidad, a lo largo de los últimos doscientos años, y sin movernos del continente europeo, ha sido grande. Y aun cuando ha habido momentos en que el protagonismo histórico de estos complejos movimientos parecía que había desaparecido, difícilmente podría com­prenderse la historia contemporánea de Europa sin ellos. Los nacionalismos han creado Estados, incluso nacio­nes, han disgregado Imperios, han potenciado guerras internas y externas y también, en su última expresión, han construido Imperios.
Por todo ello sería imposible meterlos a todos en un mismo saco, incluso resulta difícil encontrar un único modelo de interpretación y de análisis que sirva para es­tudiarlos en su globalidad y para comprender su casuísti­ca histórica. Y por ello mismo hay que estudiarlos en cada contexto histórico en que aparecen. Como cual­quier otra manifestación social que surge de la acción de los hombres y de las sociedades, pueden llegar a explicar la historia, pero no pueden explicarse sin la historia. Cabe, pues, estudiar los nacionalismos diacrónicamente y sincrónicamente, en su evolución histórica particular a lo largo de los años y en sus relaciones horizontales en­marcadas en cada coyuntura histórica. Y aun así se hace difícil llegar a conclusiones universalmente válidas.
La historia de la Europa del siglo XIX es un buen ejem­plo de lo que planteamos, en la medida en que fue en el siglo XIX cuando surgieron los nacionalismos a la par que se estaban construyendo los nuevos estados liberales, surgidos de las revoluciones burguesas, y se estaba con­solidando un nuevo sistema de organización social con la introducción del capitalismo. Fue en el siglo XIX cuan­do surgió el concepto moderno de nación, estrechamen­te vinculado a los nuevos estados liberales y, como res­puesta, aparecieron los nacionalismos que cuestionaban la hegemonía de aquellos Estados. Fue en el siglo XIX cuando aparecieron netamente codificadas aquellas ideo­logías que dieron sostén a los distintos posicionamientos de los nacionalismos. Fue en el siglo XIX, en fin, cuando como prolongación lógica de un determinado naciona­lismo se desarrollaron los imperialismos europeos con el afán inconfesado de controlar el mundo.
El tema no se agota, ni mucho menos, en el siglo XIX. En la actualidad siguen existiendo nacionalismos que, como en el caso irlandés, tuvieron sus primeras manifes­taciones históricas muy a comienzos del siglo XIX. Y pa­rece evidente que una de las novedades históricas de la fase final del siglo XX vuelve a ser el recrudecimiento de los conflictos nacionalistas en el centro y este de Europa. Pero el estudio del siglo xix no sólo es imprescindible para comprender la historia posterior —y muy probable­mente la que nos aguarda en el futuro—. El estudio de la evolución de los nacionalismos decimonónicos, con su inevitable prolongación hasta la guerra mundial de los años 1914-1918, nos sirve para comprender también uno de los fenómenos más importantes que definen la contemporaneidad.

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